Este blog antes se llamaba "Another One" y mi nick era Ene. Tras meditarlo bastante, decidí dejarlo atrás y hacerle un completo lavado de cara.
¡Espero que os guste!

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miércoles, 15 de julio de 2015

Sin rumbo fijo.

Hace una semana sabía perfectamente qué hacer con mi vida. Sabía qué quería estudiar, a qué me

quería dedicar con total certeza, y estaba tan segura de ello que no me había planteado la opción de que quizás, las cosas no salieran como yo me esperaba. Estaba tan segura de que entraría a la universidad que a penas me preocupaba el no conseguirlo. Y ese fue mi problema. 
Una semana después, me encuentro sin saber qué hacer, sin saber quién soy ni quién quiero ser. Por tres décimas, se han deshecho todos los planes que llevaba más de dos años haciendo y rehaciendo. Me he dado de bruces contra la realidad, y no sé como afrontarla. Yo, que siempre he tenido la cabeza en las nubes, ahora debo librar una batalla contra mi peor enemiga. Y tiene todas las papeletas, porque hasta ahora ha conseguido desanimarme, desconcentrarme y confundirme. Me encuentro de nuevo en el punto de partida, sin un rumbo fijo, sin las ideas claras y con muy pocos ánimos. Además, por todas partes veo cosas relacionadas con la universidad o con lo que quería estudiar. ¿Ya está bien de torturarme, no crees, querida realidad?

"¿Y ahora qué harás?" me preguntan mis amigos, sorprendidos, por el hecho de que siempre había sido de las que tenía más claro lo que quería hacer. "No lo sé", siempre respondo. Sí, quedan más asignaciones, queda la opción de repetir la selectividad en septiembre e intentar entrar entonces. 
Pero... ¿y si no es eso lo que quiero estudiar? Ahora tengo esa duda, que representa un problema con el que no había convivido antes: la incertidumbre de no estar segura de mi futuro. ¿Y si, al fin y al cabo, esa carrera no es para mí? ¿Y si no me gusta? Me ataca el miedo, el miedo a volver a fallarme a mí misma, de volver a ilusionarme y, en consecuencia, a decepcionarme. ¿Y ahora qué hago?
Está claro que lo que debo hacer es seguir adelante, sí, no me puedo quedar de brazos cruzados, eso es obvio. Pero no sé que camino escoger, no sé hacia donde caminar, no sé si debo volver a hacer la selectividad, no sé si debo volver a intentar entrar a la universidad. Parece que tras la noticia de no haber sido admitida mis ideas se han vuelto pequeñas, minúsculas, hasta el punto de desaparecer de mi mente, de borrarse de ella. Acepto que de todos modos hubiera tenido que empezar de nuevo, con universidad o sin ella. Pero empezar de nuevo sin ella significa empezar encima de un lienzo en blanco, de volver a colocar en orden mis ideas y de volver a decidir, cosa que me asusta. Y como me dejo ser una presa fácil, el miedo se apodera de mí. 

Veo el mundo desde el lado negativo, lo sé, y eso que me considero una persona bastante positiva. Pero cuando una de tus mayores ilusiones fallan, lo que queda son pedazos de un sueño roto que cuestan recoger y reparar. La universidad hubiera sido mi vía de escape y ahora quizás no lo sea. ¿Y me preocupa? Sí, mucho.

Queda esperar al día 23 para la segunda asignación. Si no, empezar otra vez, sin rumbo fijo. 
O quizás sí. 




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lunes, 13 de julio de 2015

Fuego de una noche de verano.


Una fresca brisa le acariciaba la mejilla en esa cálida noche de verano. Todo el pueblo estaba ahí, niños y mayores, para celebrar las tradicionales fiestas que daban la bienvenida a la estación más calurosa de todas. La plaza se había puesto su traje de fiesta: toda ella estaba decorada con luces de colores y banderitas que, junto a la veraniega brisa, bailaban al son de la música. Todo lo que veía emanaba vida, felicidad, alegría, euforia, era como si por una noche todos los problemas se esfumaran y solo existiera la hermandad de aquellos que vivían en el mismo pueblo.
Poco a poco se había ido llenando la improvisada pista de baile, donde los vecinos dejaban ver sus mejores movimientos. Los niños se delimitaban a corretear de aquí para allí, parándose alguna vez delante de los altavoces y, como hipnotizados, movían las caderas. Los mayores bailaban pegados, al compás de algún paso doble. Y los jóvenes seguían allí sentados, pero solo momentáneamente, ya que poco a poco el ritmo se iba calando en sus huesos.
Una voz familiar se coló entre la música y anunció que en el siguiente baile se encenderían los farolillos y que todo el que quisiera el suyo, que pasara por la barra del bar para comprarlo. La plaza se vació lentamente, pues era tradición el baile con los farolillos. Una vez las parejas obtenían el suyo, se iban colocando otra vez en medio de la plaza, impacientes por empezar. Siempre había algún impaciente que encendía el suyo antes, delatado por la luz de la vela que llevaba la flor de papel en su interior.
La orquesta por fin terminó la canción y las parejas empezaron a encender sus velas, que a su vez empezaron a emanar luces azules, rosas, amarillas, púrpuras y blancas por toda la plaza. Sonaba una canción lenta y poco a poco las luces se sumaron al vaivén de los cuerpos, siguiendo el ritmo.
Había todo tipo de parejas; padres con sus hijos, hermanos, parejas recién casadas y parejas a punto de casar, noviazgos, parejas que aún no eran pareja pero lo acabarían siendo, parejas de amigos que casi se habían vuelto extraños, matrimonios y parejas mayores que seguían juntos a pesar del tiempo.

- ¿Bailas? - una suave voz susurró detrás de ella.

Girándose, se encontró con su mejor amigo, con una flor de papel en la mano, la otra tendida hacia ella, y una gran sonrisa en su rostro. Le cogió la mano libre y juntos se colaron en medio del cúmulo de luces que poco a poco se iban consumiendo y apagando. Encendieron la suya y dejaron que su cuerpo siguiera la música, mirándose a los ojos. Hacía mucho tiempo que se sentía atraída por él, y él sentía lo mismo. Momentáneamente desaparecieron del mundo, de la gente y de las luces que los rodeaban y solo existieron ellos, fundidos en un cálido beso de verano.
Abiertos los ojos otra vez, se dieron cuenta de que su farolillo se había apagado. Pero no importaba, porque en su interior, se había encendido un fuego mucho más grande.





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